Lo que tiene el tiempo es que acaba curando casi todo. Pero la mala leche que flota en el ambiente es difícil de arrastrar.
Vamos a intentar endulzar corazones y ánimos.
Hoy cocinamos leche frita. Y así vamos inaugurando tiempos cuaresmales.
Utilizaremos medio litro de leche de cabra (nada que ver con Luis el ca…). La podemos infusionar con el aroma que nos parezca; la típica ramita de canela o atrevernos a una mezcla de cítricos incluyendo pomelo o bergamota; por ejemplo.
No desistamos en este paso y tengamos santa paciencia de extraer los aromas; siempre más natural y sano que la adición de polvos saborizantes.
Cien gramos de azúcar (os aconsejo el azúcar moreno con ese grato sabor torrefacto) bastarán. Este azúcar lo disolvemos cuando la leche comience a coger temperatura. (Habremos reservado un vasito de leche fría para disolver en ella 40 gramos de harina de maíz o como se conoce con su nombre comercial, Maicena). Después de añadir el azúcar ponemos en el cazo el contenido de la disolución y trabajamos bien con unas varillas o una espátula. Con mucho cuidado que no se agarre hasta que coja una textura de papilla gruesa.
Pasamos esta papilla a un reciente ligeramente engrasado por aceite de oliva y lo tapamos bien con papel film para que no se seque. Dejamos enfriar. Lo ideal es tenerlo en el frigorífico de un día para otro.
Nos ponemos manos a la obra con el último paso.
Como si de croquetas se tratase, cortamos cubos pequeños de nuestra masa y las pasamos por huevo batido, friendolas en abundante aceite de oliva.
Una vez escurridas del exceso de aceite pasamos los trozos por una mezcla de azúcar y canela.
Y a comer que son dos días…
Recordad que la mala leche si es dulce y frita, mejor.
Pedro Pedreño es profesor de Gastronomía de CXC
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