Desde hace bastante tiempo los gestores culturales venimos dando la “murga” con nuestro ¿nuevo? papel de mediador entre los ciudadanos y la cultura. Y aquí entra de lleno la polémica pregunta: ¿qué cultura? ¿qué es deseable acercar y qué no?
Delimitar un concepto tan amplio e intangible como “cultura” es harto complicado, por lo que intentar lograr consenso sobre cómo trabajar en nuestra profesión es una tarea de titanes.
Como en tantos otros trabajos es más fácil señalar aquello que no funciona que encontrar las claves del éxito. En cultura es más fácil predecir que un proyecto no funcionará a que va a arrasar. Dicho esto, creo que existen un par de tics en nuestro trabajo que en ningún caso suponen un añadido de valor, es más, levantan obstáculos más que allanan el camino. A saber:
Los gestores culturales no somos artistas. NO ES EL MISMO TRABAJO. Y si lo somos (no tiene por qué ser incompatible) debemos de saber delimitar dónde empieza uno y dónde acaba el otro. Al igual que los críticos de cine no son directores o los entrenadores de fútbol no marcan goles.
Nuestro gusto personal no tiene que ser necesariamente de interés general. Dentro de nuestra profesión hay unos egos de tamaño estratosférico que piensan que todo el mundo debería conocer aquello que les emociona. Pues puede que sí y puede que no. Primero hay que conocer lo mejor posible a qué ciudadanos va dirigido cada proyecto.
Siempre echo en falta autocrítica en este trabajo, (y en todos, la verdad). Debemos saber mirarnos desde fuera, aceptar que nos podemos equivocar y nos equivocamos y que debemos reciclarnos para seguir aprendiendo. La autocomplacencia nunca llevó a ningún lado.
Sandro González es responsable de Formación y rrHH de Conexión Cultura.
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