Siempre he pensado que no estamos mucho mejor que hace años. Hemos avanzado infinito en tecnología y está claro que socialmente ha habido una evolución: aunque quede mucho camino por recorrer es evidente que no estamos igual que hace 50 o 100 años.
Este desarrollo social ha instaurado en la sociedad unos valores denominados “políticamente correctos”, para mi un efecto secundario grave. Somos políticamente correctos cuando sometemos nuestro lenguaje o discurso intentando minimizar las ofensas a todo tipo de colectivos más o menos minoritarios (algunos de ellos con una capacidad para ofenderse fuera de lo normal). Por supuesto no defiendo actitudes violentas, creo que podemos ser educados sin llegar a los niveles de aseptismo y puritanismo que a veces predominan en los mensajes oficiales.
Llevado esta corrección política al mundo del arte o de la cultura nos encontramos a veces a políticos y colectivos criticando una novela porque el “malo” es homosexual, mujer, negro o religioso. Si el malo es un taxista, un colectivo de taxistas se podría quejar de la mala imagen del gremio que da la supuesta obra… y así cientos de ejemplos.
Creo que la cultura no debe pasar por el filtro de la corrección política por dos razones:
La primera es que la cultura en general (y si queremos concretar en la creación de ficción o música) debe estar por encima de los intereses particulares de cualquier colectivo, ya que no debe ser una herramienta a utilizar por organizaciones “interesadas”. La cultura como propaganda da como resultado productos indigeribles por manipulados o edulcorados. El quid de la cuestión está en cómo entienden los gobernantes de turno la inversión pública en cultura: como un bien común o como una herramienta de apoyo a sus intereses o valores. Y de la predisposición (o necesidades económicas) de los creadores para “amoldarse” a la línea editorial de turno. Mucha tela que cortar…
En segundo termino, la corrección política en cultura infantiliza a los ciudadanos. La generalización y simplificación excesiva nos lleva a veces a tomar el todo por la parte y sacar deducciones que no soportarían un mínimo análisis. Un ciudadano adulto debería saber disfrutar de la ficción creativa sin dobleces. Si leo una novela y el “villano” es murciano, no voy a encolerizarme con el autor por insultar a mi tierra (me cabrearé si no me gusta el estilo, si no están bien desarrollados los personajes…) Es solo ficción y a veces creo que nos tomamos a nosotros mismos demasiado en serio. Si una obra me parece mala o simplemente estúpida pues aprendo la lección y nunca más me acercaré a ese artista, pero no critico que exista o que haya otras personas que “gusten” de dicho creador.
Los criterios para evaluar la calidad de una obra artística son muchos, pero entre estos nunca deberían estar los valores morales de “empresas superiores”, los cuales van cambiando constantemente dependiendo de la época y de a quién preguntemos. Sólo el criterio del artista es el que debe primar (con el mensaje que le de la gana) y los ciudadanos debemos ser libres de acercarnos a la obra y a emocionarnos con su propuesta dependiendo de las diferentes personalidades y gustos.
Hace falta que la cultura llegue al máximo numero de personas y lo menos contaminada posible. Y por supuesto a años luz de la palabra “censura”.
Sandro González es el Responsable de Formación de CXC
Foto: cruz_fr via photopincc
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