Una de las esas múltiples y variadas consecuencias que está teniendo el auge de las redes sociales, y que de tarde en tarde vamos descubriendo, es la facilidad para abrir canales constantes y continuos, entre los espacios públicos culturales y sus públicos, algo que había sido perseguido como el “Santo Grial”  durante muchos años.

Pero sorprendentemente, lejos de lazarse de forma masiva a habilitar los elementos necesarios para construir la comunicación 2.0,  han sido muy pocos los que se han atrevido con este “desafío”.

La razón parece estar, en que las redes sociales, no son canales “reconocidos y normalizados” con “ciertas garantías” para la comunicación directa; dicho esto con la mejor de las intenciones, convencidos de un procedimiento y de unas formas de hacer, que ha llevado muchos años construir.  Como olvidar el qué, quién, cuándo, por qué, para qué y sobre todo el cómo, que vinieron a conformar, en su momento, instrumentos profesionales de indiscutible valor, pero que poco a poco se han interpuesto entre los espacios y los ciudadanos, como murallas de papel cuasi infranqueables. Sin darnos cuenta el cómo y el cuándo son mas importantes que el por qué  y para qué.

Esta circunstancia no sería tan dolorosa si no estuviéramos ante una encrucijada histórica donde las fracturas sociales se están acentuando a nuestro alrededor. La brecha digital es cada vez más acusada y especialmente triste en los colectivos más azotados por la crisis; también es mayor la perdida o desaparición de referentes culturales próximos y accesibles con el suficiente atractivo para los mas jóvenes, la radicalización de tendencias y posiciones que dificultan acciones colaborativas y, por último, la extinción de los valores en tono a la cultura que precisan de una apuesta por “lo estético” y “lo creativo” como mejor inversión a largo plazo en una sociedad que sitúe a la innovación sostenible como principal motor de desarrollo.

De tal forma, que es especialmente urgente contar con el papel mediador y modelador de la cultura a la hora de tender puentes, generar sinergias colaborativas y crear dinámicas creativas que favorezcan el desarrollo personal y colectivo.  Y a estas alturas parece claro que las actuales formas “de hacer” no nos sirven. Necesitamos, por tanto, poner en marcha mecanismos que sumen y no resten, que apoyen y no paralicen, que faciliten y no obstaculicen, que alienten y no frenen.

¿Y por dónde empezamos? Pues si algo hemos aprendido en estos pocos años en los que andamos conviviendo con las redes sociales”, es que hay que empezar por lo más sencillo y al tiempo imprescindible para generar confianza: la transparencia.  Hay que apostar por la transparencia pero no como una cuestión de método, sino de principio; y no como una tarea,  sino una obligación.

Este es por tanto un punto de partida, pero no debe confundirnos. Ser transparentes es una cuestión imprescindible pero no única. La segunda apuesta es ser “abiertos”, en el sentido literal de la palabra, es decir, tratar de eliminar cualquier obstáculo entre el ciudadano y el acceso a la cultura (siempre dentro de los recursos existentes por supuesto),  y “cualquier” puede ser cualquier cosa, desde puertas a papeles insufribles. El propósito es bastante sencillo, aunque parezca algo utópico, que el mayor número de ciudadanos acceda al mayor número de recursos, el mayor tiempo posible.

Pero en la situación que atravesamos, ni siquiera con las dos primeras premisas es suficiente, es necesario derribar barreras más altas y sólidas,  aquellas que tienen que ver con los miedos, los prejuicios y la apatía. Y este tipo de murallas no se derrumban con acciones sino con actitudes.  Por lo tanto hay que adoptar una postura radical y revolucionaria: hay que ser amables.  Hay que guiar y cuidar a los ciudadanos, tenemos que acompañarlos en su esfuerzo por superar “la fractura” y acercarse a la cultura, de ello depende nuestro futuro.

Creo sinceramente que si en vez concentrarnos en el ¿cómo? centráramos nuestros esfuerzos en ser transparentes, abiertos y sobre todo amables, comenzaríamos a trazar nuevos caminos y posibilidades para los ciudadanos. Y por supuesto estaríamos encantados de habilitar,  alimentar y cuidar las comunicaciones 2.0 con los participantes de los espacios culturales públicos.

Juan A. Almagro es Gestor Cultural. Trabaja en Conexión Cultura como Coordinador de Centros Culturales y pertenece a la Asociación Black Box Innova

Fotografía de Sergio Santos.